Una de las primeras preguntas que todo docente de lengua extranjera debería hacerse es: “¿para qué queremos que nuestros alumnos aprendan una lengua extranjera?” Muchas pueden ser las respuestas, pero creo que una de las más importantes es: para comunicarse. Las últimas investigaciones en el campo de la adquisición de una segunda lengua, inspiradas en el progreso de la Psicolingüística , así como las aportaciones de la Lingüística y de las Ciencias de la Educación , han puesto de manifiesto que nuestro objetivo como docentes no es que los alumnos adquieran solo la competencia lingüística – es decir el conjunto de reglas y conocimientos que determinan saber expresarse con un lenguaje verbal – sino que también sean capaces de lograr una competencia comunicativa en la que concurran todos los aspectos de la comunicación. Si el “habla” prima sobre la “lengua” es evidente que el objetivo a alcanzar en la enseñanza de idiomas ya no es únicamente la competencia lingüística, un saber formal para producir y comprender infinitas frases correctas, sino una competencia comunicativa, que en palabras de Balboni, lingüista italiano, estudioso de glotodidáctica y punto de referencia para la didáctica de las lenguas extranjeras se puede resumir en saper fare lingua y saper fare con la lingua, es decir, conjugar los aspectos verbales y no verbales utilizando las competencias lingüísticas (morfosintáctica, textual, fonológica y paralingüística) y extralingüísticas (cinésica, prosémica, vestémica y objetual). [1]
Por competencia comunicativa entendemos, pues, la capacidad de saber elegir cuando hablar, cuando callar, sobre que hablar con quién, donde y de qué forma.[2]
A partir de esta nueva concepción de los objetivos que hacen de la lengua un vehículo de comunicación, se desprende la necesidad de diseñar los materiales didácticos en torno a las necesidades lingüísticas y a los actos de habla, es decir unos materiales auténticos, de tipo formal y no formal, que exploten los recursos de las nuevas tecnologías y que sean capaces de satisfacer las necesidades comunicativas; además, el docente deberá esforzarse para convertir la clase en un espacio privilegiado donde simular las interacciones reales, fomentando en el alumnado el desarrollo de su capacidad cognoscitiva y estratégica, además de plantear, en todo momento, un proceso de evaluación acorde con los nuevos objetivos que se pretenden alcanzar.
Por último, pero no menos importante, el docente deberá trasmitir pasión e interés por la lengua y la cultura que enseña, y deberá enfocar el estudio de la misma de manera dinámica, lúdica, divertida, amena e motivadora ya que es muy importante que los alumnos descubran también el gusto y el placer de aprender un idioma y descubrir una cultura.
Como conclusión me gustaría apuntar una última consideración: he destacado al principio de esta reflexión la importancia de estudiar un idioma extranjero para comunicarse, y esa comunicación adquiere, hoy, una fuerza aún mayor si tenemos en cuenta el espacio Europeo en el que se lleva a cabo, un espacio de intercambio, de movilidad, de comunicación permanente que acontece a todos los niveles: culturales, científicos, industriales, etc. Por esa razón, en una Europa multilingüe y multicultural, fomentar la comunicación ayudará a superar las barreras lingüísticas y culturales, propiciando a la vez el respeto y la tolerancia hacia las identidades y diversidades culturales.
[1] Balboni P.E., Parole comuni, culture diverse. Guida alla comunicazione interculturale, Venezia, Marsilio. 1999
[2] Hymes, Dell (1979), La competenza comunicativa, in Universali linguistici, a cura di F. Ravazzoli, Milano, Feltrinelli, pp. 212-243 (ed. orig. On communicative competence, in Sociolinguistics, edited by J.B. Pride & J. Holmes, Harmonsdworth, Penguin Books, 1972, pp. 269-293)


No hay comentarios:
Publicar un comentario